jueves, 6 de febrero de 2014

No quiero estar sólo


Hay una diferencia entre soledad_que casi siempre genera aversión y suele ir unida a la tristeza y la desesperanza_ y el aislamiento momentáneo, que puede ser incluso querido y buscado.

Con los años nos volvemos raros, nos acomodamos a nuestras manías personales, que miramos con indulgencia, como si fueran las rarezas más normales del mundo. Tendemos a proteger nuestra independencia, que a ratos nos convierte en intratables y poco comunicativos.

Pero los humanos necesitamos pertenecer a algo, a un grupo, a un colectivo.
Saciar la demanda de relaciones sociales es imprescindible para mantener una buena salud mental y física.
La inactividad, la soledad, la ausencia de un grupo con el que contrarrestar las propias ideas, conduce a la pérdida de conocimiento.

La soledad afecta a los leucocitos, el aislamiento social y la soledad, incrementan el riesgo de padecer enfermedades inflamatorias y alteraciones del sistema inmunitario.

El sentimiento de exclusión provoca en el cerebro el mismo tipo de reacción que el dolor físico.
El cerebro es un órgano social, sus reacciones fisiológicas y neurologicas estàn moldeadas por la interacción social.

En la complejidad de las soluciones a las crisis emocionales o la depresión, se debe elaborar una terapia que incluya:
- Contención calibrada del estrés : algo de ansiedad y tristeza bien gestionadas, pueden ayudar a no sucumbir, a sobrevivir (se pone mayor atención cuando se está triste).
- Mantenerse en movimiento : no quedarse quieto nunca, sin movimiento se reducen el cuerpo y los 
  gestos, acaban extinguiendose.
  Es lo mismo estar quieto que condenado a muerte.
- Un buen amigo, pertenecer a alguien, es mejor que un fármaco.

Nuestra manera de evaluar lo que vemos, depende del estado de ánimo. Puede ser la actividad mental lo que perfile los niveles de felicidad. Y es la salud la que depende directamente de estos niveles.
Lo que pensamos, y no las cosas que hacemos, explican nuestros niveles de felicidad.
Se subestima el poder de la mente.

Durante muchos años, no solo no nos ocupamos de la soledad, sino que la enaltecíamos. Si salías adelante solo, sin consultar con los demás, profundizando en tu propio universo, conociendo como nadie tus propios intestinos, eras merecedor de todos los elogios. No sabíamos casi nada del cerebro; no teníamos ni idea de que no se podía aprender sin el cerebro de los demás, que solo los perversos podían ignorar los sentimientos de los otros, de que estabas condenado si no pertenecías a nada ni a nadie. Que lo peor era la soledad.


                 Y algunas veces suelo recostar 
                 mi cabeza en el hombro de la luna 
                 Y le hablo de esa amante inoportuna
                 que se llama Soledad
                     ( Joaquín Sabina)